

Por Nora González
Qué satisfactoria es la sensación de sentarnos a la mesa y tomar un sorbo de una rica sopa. Ya sea porque hace frío o porque estamos enfermos….. ese líquido caliente y apetecible, cae como una verdadera medicina al cuerpo. Y la mayor parte del tiempo, encierra una elaboración hecha con mucho cariño. Especialmente en nuestra infancia. Esas sensaciones, emociones y sabores; se recuerdan, quedan en nuestra memoria y muchas veces forman parte de una herencia que pasamos a nuestro propio hogar y la familia que formaremos.
La solidaridad, debería ser un ingrediente más presente en nuestras mesas…. disuelta en las recetas que se aprenden desde casa. Hablamos de que la educación es uno de los grandes valores que cambiarían prácticamente cualquier mal en el mundo, por eso vemos que muy pocos gobiernos apuestan por ello, sobre todo cuando se vive una situación de pobreza y desigualdad. Y no sólo es la educación académica, sino la de los valores…. Aquella que nos otorga las habilidades y herramientas para la vida. Para ser conscientes y saber distinguir las injusticias.
Esta educación que rompe barreras, moldes y estereotipos. No podemos estar quejándonos constantemente de lo mal que va el mundo, si no nos implicamos en que mejore. Y eso empieza por nosotros mismos. Tal vez no crecimos en un ambiente que fomentara la solidaridad como un valor, pero ahora que tenemos conciencia, no hay pretexto. ¡Podemos ser solidarios!
Puedo hablar de que esta gran cualidad que se “come y alimenta” desde casa, fue el ejemplo que viví y recibí. Siempre había gente buscando un consejo, una recomendación, un apoyo, un consuelo. Así que no entiendo el no implicarse en ayudar. Aunque esto también tiene sus sanos límites. Pero es sumamente importante lo que vemos y cómo crecemos en casa, sobre todo si nos referimos a los más pequeños, que sabemos que son como una eterna esponja, absorbiendo cualquier cosa nueva y llamativa para ellos. Incluso como adultos, podemos aprender y desaprender; o deconstruirnos que no es otra cosa, que tirar esas creencias que nos han hecho erigir barreras y no ver más allá, para percatarnos de la necesidad de los demás.
Ahora, con el contexto actual que estamos viviendo y que nos afecta a nivel mundial, es un buen momento para pensar en qué tantas cucharadas de solidaridad hemos recibido y cómo vamos a usar ese alimento para mejorar nuestro entorno y por lo tanto el lugar donde vivimos.
¿Y por dónde empezamos?
A veces la mejor excusa para hacer algo, es el tiempo. Pero seguro podemos sacar unas horas a la semana en la que podríamos renunciar a cualquier otra actividad para hacer alguna con más trascendencia. Podemos empezar dando los siguientes pasos:
1.- Organizar nuestro tiempo para hacer un hueco en nuestra agenda, para sumarnos a alguna iniciativa o actividad solidaria
2.- Buscar alguna organización cercana a nuestro domicilio o aquellas con las que empatizamos por el trabajo que realizan y la causa que atienden
3.- Hacer contacto con las oficinas de los DIF locales: que suelen realizar diferentes campañas al año en las cuales se necesitan muchas manos para ayudar
4.- Acudir a la Delegación de la Cruz Roja que nos quede más cerca. Esta institución tiene programas sociales muy amplios; en los cuales que se buscan voluntarios/as constantemente
5.- Contactar con Cáritas, es una excelente opción porque sus actividades pueden requerir ayuda todo el año. Si bien se pueden donar cosas, pero también se necesita ordenar, organizar y entregar aquello que se recibe.
6.- Localizar el Banco de Alimentos de nuestra comunidad; que se puede ayudar desde organizar una despensa, procesar algún alimento o bien cocinar y repartir la comida en caso de que cuenten con los comedores sociales.
7.- Hay empresas que cuentan con actividades solidarias, suelen invitar a sus clientes y a la comunidad a participar en ciertas fechas; como plantar árboles, repartir dulces o regalos.
8.- Existen voluntariados breves en los cuales se puede participar y que desarrollan actividades para toda la familia o para los más pequeños.
Lo importante es querer dar el paso, salir de nuestra comodidad y preguntar en dónde podemos ayudar y qué podemos hacer. Siempre encontraremos ese lugar en el que podremos echar una mano y donde se valore nuestra generosidad.
Preocuparnos y hacer algo por los demás, no sólo en una situación de emergencia o de desastres naturales; nos hace mejores seres humanos, más empáticos, además de otorgarnos una sensación de felicidad, porque a pesar de no estar científicamente comprobado, es posible que todos poseamos el gen de la filantropía; el que nos mueve para solidarizarnos y ayudar a otros. Lo que sí se ha demostrado es que hacer un voluntariado tiene muchos beneficios: nos conecta con otros, fortalece lazos de amistad y de la comunidad, ayuda al cuerpo y a la mente: lo que genera salud en nosotros, aporta experiencia para la trayectoria profesional; además de resultar una actividad divertida y que da plenitud a a nuestra vida.
Artículo escrito por Nora González
Nora González cuenta con más de 15 años de experiencia en el sector social, tanto en México como en España.
Su trayectoria ha estado enfocada en áreas sociales; en el ámbito público y en Organizaciones Civiles. Además ha desempeñado cargos en Participación Ciudadana, Prevención de la Violencia de Género, Diseño y Formulación de Proyectos de Cooperación Internacional y Capacitación y asesoría en Recaudación de Fondos.